Los días de tormenta, siempre abro una página en blanco para
llenarla con los truenos que rompen ahí fuera. Ojala los chubasqueros,
gabardinas, paraguas y casitas de madera me protegieran de ellas.
Pero no son de esas, son algo más complicadas. Como yo, que tampoco soy de
esas. Y claro, siempre acabo mojándome, y a veces hasta me ahogo.
Aquí estamos otra vez. Digo estamos, porque siempre apareces
tú de una forma o de otra a traerme todos los rompecabezas bajo la gran tormenta.
Y yo te juro que ya no sé. Ya no sé cómo acercarnos sin que terminemos
enredándonos, porque al final ninguno de los dos logra deshacer el nudo.
Yo acabo sumergida en la bañera, sin necesidad de abrir el grifo,
empapada de ojos a suelo. Llena de inseguridades, de culpa, de preguntas y de
miedo, mucho miedo. Y tú te pierdes y me odias por no saber sacarnos a flote. Te juro que no
encuentro la cordura ni las fuerzas para luchar por ninguno de los dos, que
cada vez que vuelves me destrozas y muero.
Aunque sé que siempre acabo
matándome yo.
Me declaro culpable de no saber protegerte de la tormenta, que sin duda soy yo.