No he dejado de escribir, aunque los papeles ahí fuera se estén mojando. No he dejado de escribir, y espero no hacerlo nunca. Espero ser siempre tan tozuda como mi padre con el folio y la pluma. Constante, pero siempre con más cosas que contar con el corazón, que con la tinta. Descubriendo la magia de las pequeñas cosas y plasmándolas a cada paso.
Hoy he cogido de nuevo aquella cámara, y por un momento si he dejado el papel para abrir esa cinta y rebobinar recuerdos. Olía a mi madre, a su empeño por grabarnos viviendo cada día, y a ella detrás del visor. Ahora soy yo, la que cada día se sitúa detrás de las cámaras, y ahora la entiendo. Entiendo el maravilloso poder que te hace ser la autora de cada momento, en cada plano de la vida. Ahora entiendo lo que una cámara y el afán por el arte pueden hacer con todos los sentidos. Ahora entiendo porque lucho cada día por relatar cada imagen a través de un objetivo, y que llegue a cada rinconcito de tí, de mi, de todos.
Gracias a mi madre por descubrirme las cámaras y captar los mejores instantes de la vida. A mi padre por enseñarme a relatarlos y hacerme sentir. A ti, por conservar el arte.