miércoles, 20 de enero de 2016

Compromiso y ternura.

Todos sus sentidos volcados en mi, y yo en ella, perdiéndome en cada poro de su cuerpo.
Recordándonos que juntas matábamos el tiempo. La aguja se paralizaba ante nosotras, expectante hacia algo nuevo.Algo que solo ella y yo sabíamos, compromiso y ternura.

Mano a mano, cuerpo a cuerpo como si nada más importara. Porque realmente, todo mi mundo era ella. Quien bailaba al compás de mis caricias y respondía a cada uno de mis quejidos. Quien me enseñó que lo contrario de vivir, era no arriesgarse.  



domingo, 17 de enero de 2016

Violencia del alma.

Recorrí todo su cuerpo, a besos, a esperas de que reaccionase. Nada, era inútil. Era insípido, duro, estático. Aquellos cáptus que parecían decorar su habitación me aliviaban y acariciaban más que él. Sentía vértigo, angustia y miedo, mucho miedo. Sufría por dentro, escondiendo bien los temblores del alma bajo mi espectacular representación de la vida, del amor, de la magia.

Me sentía sola, a miles de kilómetros de él. Lo peor era que estaba tumbado junto a mí, buscando su mano para agarrarla y sentirle un poco mío, pero nunca la encontraba. Se escapaba de mí, buscando las sabanas para arroparse, cuando era yo la que quería arroparle a él, con mis brazos, o con mis lágrimas. Ya no era viento fresco lo que se sentía, ya no era luz ni alegría.

Ya no era nada. Se había convertido en una cadena perpetua, en un pájaro sin nido, y lo peor, sin alas. Era una lucha continua por sobrevivir; lo de vivir se había perdido.

Me tenía castigada, dominada por la culpa. Me pegaba diariamente, pero no con sus manos. Aunque lo hubiese preferido, por lo menos le hubiera sentido en mis huesos. Me pegaba con su ira, con su rabia, con su falta de sentido de vida junto a mí, con su odio inscrito en mi persona. ¿Violencia de género? No, violencia del alma, que era peor. Creo que juntos, nos matábamos mutuamente.


miércoles, 13 de enero de 2016

Escenas pasadas y caducadas.

Mantenía la mirada al frente, fija y penetrante hacia aquella habitación.

Visualizaba esa escena en su retina, creando una imagen caducada. Él la acariciaba, con cariño, todo el cuerpo. Aquella chica parecía estar llena de magia y alegría, y se dejaba llevar. Parecía que se reía de ella, quien soportaba la escena llorando, tras el marco de la puerta, y tras sus miedos.

La cama era grande, pero ni en ella cabía todo el amor que esos dos individuos, cuerpo con cuerpo, derramaban. Mantenían las miradas, callados, porque sobraban las palabras. Se abrazaban con ternura y él besaba cada lunar, deteniéndose en su preferido y sonriendo. Aquel lunar en su ombligo, que la hacía tan sexy.

Ella desde su escondite, se levanta sutilmente la blusa. Inclina la cabeza y el lunar de su ombligo se inunda de lágrimas y de recuerdos.